
03 Sep Alfombras persas: historia y curiosidades
La fabricación de alfombras responde a un arte milenario. Tradicionalmente, el uso de estas decisivas obras históricas está orientado al confort (de hecho, las tribus nómadas las crearon ante la necesidad de guarecer el piso de sus tiendas), a la decoración y, hoy en día, al denominado hygge, movimiendo danés (país más feliz del mundo, por cierto, según un estudio de la ONU) para conseguir la plenitud vital a través de esas pequeñas grandes cosas con las que compones tu entorno inmediato (por ejemplo, una acogedora alfombra de salón aterciopelada, de poliéster o polipropileno).
Muchos investigadores localizan su origen en Persia. Su canal de entrada en Europa, como producto comercial, lo abrieron las Cruzadas. Aquí se emplearon fundamentalmente para engalanar las paredes de las casas. ¡Como auténticas obras pictóricas! Algo que en la actualidad vuelve a estar de moda: alfombras que reproducen los más famosos tapices de palacios y museos de todo el mundo, así como cuadros de autores de la talla profesional de Goya, Picasso, Van Gogh… Pues no fue hasta el siglo XVIII cuando se asentó su colocación en los suelos para, sobre todo, buscar comodidad. Aunque ¿sabes que existe una clase de alfombra no hecha para pisarse? Única. Solo para paredes. Realizada en la ciudad iraní de Sardroud. Superexclusiva. Qué pensarán por allí de nuestras prácticas alfombras rústicas y de jardín, ¿verdad?
Las alfombras persas se confeccionan nudo a nudo: un proceso preciso, meticuloso, único, que en algunos casos puede durar incluso años. De hecho, las calidades se cuantifican, aparte de por el tipo de hilo y tinte empleados, mediante el número de nudos por metro cuadrado de tejido, que puede ir desde los noventa mil hasta el millar. Artesanía de Guinness World Records, como la Viena Hunting Carpet, que se encuentra en el museo Osterreichiscges de dicha ciudad austríaca, compuesta por más de un millón y medio de nudos. Y si de récords hablamos, en precio lo ostenta aquella que se vendió en una puja londinense de Christie’s, con una valor de subasta de ocho con ocho millones de euros. ¡Ahí es nada! Una pieza desarrollada a mediados del siglo XVII con unas medidas de tres con treinta y nueve metros de largo por uno con cincuenta y tres metros de ancho.